El artista errante
Sueño mis pinturas y luego pinto un sueño.
Vincent van Gogh
B. solía caminar por estas calles, buscando una manera de expresar la belleza en sus obras de arte al óleo. Era uno de esos genios olvidados que mostraban su arte en las plazas de las ciudades para turistas.
Supongo, ahora sé, aunque lo ignoraba entonces, que no tenía otra opción de ganarse la vida. Por lo que sabía, había estado viviendo durante tiempo sus lienzos de paisajes de la ciudad y sus retratos a desconocidos. Quizá con eso y la maestría invisible de su manera de hacer, era suficiente para vivir. Pero lo cierto es que apenas tenía unas monedas cada día para comprar algo de comida y afrontar la incertidumbre de ser un artista en un mundo que maltrata a artistas vivos y venera a los viejos maestros de la pintura. Pero era rico, no necesitaba nada, nada más que tiempo para pintar. Pobre es, quien necesita muchas cosas. Alguien que lo conocía hace tiempo decía que nadie tenía la técnica de dibujo como B. Contaban muchas historias sobre él, la mayor parte leyendas. Que había aprendido en la juventud de un maestro alumno de Paul Cézanne. Que conocía como nadie, muchos de los mejores museos. Que había dado la vuelta al mundo varias veces. Que había sido amante de la heredera de un rico aristócrata. Que había y le habían roto el corazón una y mil veces. Pero ahora, cayó en desgracia, y ya nadie apreciaba la manera de pintar como los grandes maestros de la pintura.
Pasó el tiempo, cambié de ciudad y no volví a encontrarme con B. Alguien me dijo al volver a Madrid que enfermó de la enfermedad del sueño y estaba postrado en cama en la sala de un hospital. Salí a su encuentro como si también mi vida estuviera pendiente de un hilo de sueños. Tras encontrarlo, en el hospital me contó que había sido un copista del Museo del Prado durante años y ahí aprendió su técnica, porque la pintura se aprende en los museos. Y que realmente su trabajo era falsificar pinturas y dibujos del renacimiento europeo, y que realmente alguien experto las colaba en algunas galerías y museos por precios desorbitados. La pintura es el lienzo de la historia. Yo soy el pintor de otros pintores, somos uno, yo y la pintura. Soy una pintura, más que pintor y más que nada, pintor de obras maestras desconocidas. No se inventa y perfecciona nada al mismo tiempo, decía. Volví a verlo alguna vez más y le llevaba algún libro de pintura. Puede decirse que de alguna manera me enseñó parte de su técnica, así como el fuego de la tradición, pasó la antorcha a mis manos.
Ahora que ya pasaron los años y aún practico el noble arte de la pintura, y recuerdo a B. como un maestro que como otros, en otros tiempos, somos amantes de la pintura y la belleza de las artes. La pintura completa mi vida, hace mi vida más plena. Pero no me gusta hablar de pinturas, sino la experiencia de verlas, la única forma de entender la pintura es ir y verla, donde sea preciso.
Recuerdo esos años como la luz que ilumina gran parte de mis pinturas, como un misterio con imprecisiones y fantasías, pero realmente, mis años de vino y rosas.
Aún pienso que B., en su último sueño regresó en el tiempo al Parnaso, donde reina la belleza y es uno de los grandes maestros del arte de pintar sueños y obras maestras desconocidas. La muerte, perdida en un laberinto de pinturas, aún lo busca en sueños, para hacer su autorretrato. Si murió, aún no lo creo, su pintura nos sobrevivirá. Nadie sabe, si se regresa de la tierra de los muertos.
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Alejandro Mos Riera, 2019
Texto extraído del libro de relatos «Vivir en los cuentos» (La vida es cuento)